¿SALTAR DEL TRAMPOLÍN?
Hace poco fui a una piscina municipal. ¡Joder cuánta gente hay en las piscinas de las regiones donde la playa queda lejos! Niños, madres, chicos, chicas, abuelos, socorristas, colchonetas, balones, palas, fiambreras, gritos, gritos y gritos. Me decidí a darme un baño cuando la cosa parecía un poco más despejada. Tuve suerte y sólo me llevé un balonazo, un pequeño empujón y, poco más, ya que el niño gordo que se lanzó en bomba a mi lado no me salpicó ni siquiera la mitad de lo que yo le hubiera salpicado a él.
No sé si fue el agua que estaba demasiado caliente o si era yo ardiendo por dentro… Ni siquiera yo tengo suficientes vacaciones.
De repente me fijé en él. En el otro extremo de la piscina había un pequeño trampolín. Azul. Esquivando gente me subí a él. Miré hacia abajo decidido a lanzarme. De repente me di cuenta de que tenía muy pocas posibilidades de saltar al agua sin caerle a nadie encima o por lo menos sin provocar un tsunami que ahogara a 3 o 4 nenes. La impotencia se apoderó de mí (hay otras situaciones en las que también se apodera de mí pero no toca hablar de ello ahora). Miré al cielo. Me fundí con los ruidos de la naturaleza y, recordando el anuncio en el que Bruce Lee dice “be water my friend”, supe que mi camino no era saltar al agua sino mear en ella desde el trampolín. Y así fue. Una meada corta pero muy amarilla. Un lingüista diría “una meada breve y concisa”, yo diría más bien, una meada artística. Los bañistas, sin embargo, dijeron cosas de lo más variadas. Hubo desde aplausos hasta socorros y me pareció escuchar incluso algún insulto. El socorrista vino a ayudarme a subirme el bañador, a bajar del trampolín y, luego, me invitó, con mucha amabilidad, a abandonar el recinto. Por 4€ me pareció todo un lujazo mear desde el trampolín y, además, conseguí dos cosas: la paz interior y la eternidad en un pueblo sin personalidades relevantes.
Cada uno ha de buscar la mejor forma de ser recordado.
Es mucho mejor mear que saltar.
UN MUNDO ABURRIDO IIII
OTROS SALTOS EN LA VIDA DE LAS PERSONAS
Los dos años siguientes marcaron el inicio de mi adolescencia. Me imagino que mis padres temblarían ante esta perspectiva. Yo también temblaré si alguna vez tengo un hijo y llega a los 12 años.
Mi mejor amigo en el cole repitió curso. Me lo pasaba de puta madre con él. Iba todas las tardes que podía a su casa. Él era hijo único. Su madre nos hacía la merienda. Jugábamos a hacer una casa con un sofá enorme que tenía un montón de cojines. También nos gustaba un juego de tablero al que solía ganarme. Se trataba de avanzar figuras de un ejército y, según el rango, unas ganaban a las otras. Nos gustaba pegarnos pero sin hacernos daño. Ese año en el patio del recreo, sin querer, nos tropezamos y yo me llevé la peor parte. Un brazo roto y un ojo morado.
Su padre vino a verme un día que yo estaba solo en casa. Le abrí la puerta y, de repente, me fijé en que traía muy mala cara. Me pidió perdón por lo de su hijo. Yo me asusté y le cerré la puerta en las narices diciendo que no había sido su culpa y que no pasaba nada. No sé el tiempo que pasó después. Creo que fue al año siguiente o unos meses más tarde, el padre de mi amigo saltó desde el ático de un piso cercano a Canalejas. Murió en el acto. Recuerdo muy bien su rostro. Al parecer no se llevaba bien con su mujer y bebía. Me imagino que detrás de eso abría muchas más cosas. En aquellos tiempos aquello era difícil de entender. Para un niño imposible.
El curso siguiente decidí dejarme el kárate y dedicar todos mis esfuerzos al baloncesto. No se me daba mal del todo. Era alto. Estaba fuerte y, además, coordinaba bien. Monsieur Manivel era un entrenador de lujo y me enseñó muchas cosas.
El base de mi equipo, un chaval repetidor, saltó sin querer desde otro ático mientras jugaba, fumado y bebido, a un juego parecido al de polis y cacos. Tardó dos días en morir y sufrió bastante. Eso fue al año siguiente de irme del liceo y me enteré por otras personas.
Aprendí tres cosas fundamentales:
1) Las mujeres te hacen saltar hacia abajo mientras el baloncesto lo hace hacia arriba
2) Bebido o fumado ya está uno lo suficientemente elevado.
3) Los que me rodean pueden desaparecer y, tal vez, yo también.
ABURRIDAS PERIPECIAS DE LUISO IIII
Ha llegado el momento de presentarles a las personas influyentes en mi vida. Iñaqui y Jorge lo fueron sin duda en el cole, igual que Eva María, de la que estaba enamorado y nunca lo supo (lo siento Eva, ya estoy pillado). A los 3 los he vuelto a ver. Brevemente pero aparentemente estaban bien los tres.
El primer personaje influyente en mi vida es Pedro Pablo. Para él va dedicado este capítulo.
De repente apareció en mi urbanización con su hermana, una chica guapísima. Lo suficiente como para perder la cabeza por ella. Yo tenía mucha cabeza y me resultó complicado perderla del todo.
El chico venía de Barcelona. Era alto y fuerte. Un año mayor que yo. También hacía kárate y era bastante animal aunque siempre nos llevamos bien. Esta gente tan fuerte es mejor siempre tenerla de tu parte. Esa animalidad la ha convertido con el tiempo en naturalidad. Gracias a él entré en los scouts que había cerca de mi casa. Todo lo relacionado con eso se lo debo a él. Toda la gente que conocí allí se lo debo a él. Sin saberlo me abrió las puertas a un mundo donde pude conocer a otros personajes ilustres de mi vida y donde aprendí muchísimo.
Recuerdo noches casi enteras jugando al “Defender of the Crown”. Básicamente cuando iba a su casa era o a eso o a cenar. El solía venir un poco más a la mía.
Nos reímos un montón con un libro de sexualidad que mi padre me dio para que aprendiera cosas sobre mi sexualidad y la de las chicas (de mi sexualidad llevaba ya un tiempo aprendiendo cosas casi a diario). No paraba de decir la palabra “verga” y, aunque no habíamos escuchado nunca antes esa palabra, nos sonaba a polla y, según las ilustraciones, no íbamos desencaminados…
Yo tenía guardada en casa una revista ilustrada de sexualidad a todo color mucho más divertida. No explicaba nada pero era muy clara y provocaba reacciones en mí diferentes a las carcajadas (a veces también carcajadas). Una vez usada (en realidad mil veces usada), Pedro Pablo y yo arrancamos sus hojas y la tiramos por la ventana de mi habitación con la idea de que la gente que pasaba por la avenida la descubriera.
Esa idea espontánea se convirtió en moda durante un año. Por lo menos un año. Yo era el delegado de las tizas de mi clase y nos dedicamos a tirarlas por la ventana a los viandantes. Los fines de semana nos dedicábamos a tirar vasos de agua a los grupos de jóvenes que se reunían en mi calle antes de salir (sin el vaso, sólo el agua). Los calvos también eran objetivos de nuestros escupiñajos (y los que no eran calvos). Luego lo fueron los obreros y las grúas de las obras del parking del corte inglés. 500 canicas que ya no usaba fueron lanzadas en esos terrenos. Si alguien abre alguna vez más ese suelo descubrirán seguramente los restos de nuestros proyectiles. Al cristal de la grúa le lanzamos el bolón de hierro y sólo se resquebrajó un poco. Más tarde llegaría el cañón lanzador de agua de mi hermano que yo me dediqué a utilizar contra el piso de enfrente. Desde el sexto de mi casa alcanzaba el tercero de la acera de enfrente y cualquier ventana abierta en un piso inferior era un buen blanco. Los globos de agua hicieron furor cuando aparecieron.
Nunca herimos a nadie. Un día avisaron a mis padres, me castigaron y se acabó el jugar desde mi cuarto. Cualquier castigo impuesto se quedó corto y fue aceptado sin rechistar.
Pedro Pablo siempre se ha acordado de mi cumpleaños (posiblemente el único amigo que siempre lo ha hecho me haya o no felicitado).
Pedro Pablo ha demostrado ser más fuerte todavía que cuando lo conocí. Ha resistido la embestida de un autobús y el asalto cruel de un cáncer hijo de puta. Dicen que mala hierba nunca muere… pero parece ser que la hierba bien tratada resiste perfectamente las inclemencias del tiempo.
miércoles, 30 de septiembre de 2009
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