martes, 21 de julio de 2009

APÉNDICES DE INFANCIA

Hay cosas de esta época que va hasta las 11 años que no quiero olvidar. En general son malas experiencias que no sé si me han marcado en mayor o menor medida o si sólo han sido vivencias. En esta etapa soy muy inconsciente de todo (todavía hoy soy muy inconsciente de todo).

Recuerdo vagamente un mes entero en la cama porque tuve una inflamación de cadera y recuerdo agujas con electricidad en mis piernas para revitalizar los músculos. No recuerdo dolor. Mi madre me traía la comida a la cama en una mesita especial.

Recuerdo vacaciones en Torrevieja y a Canuto, el perro del vecino, que se ponía muy contento cuando le dejaba caer desde mi casa queso y pan todas las mañanas. Mi abuela me compró una camiseta del barça, con el nombre de Cruiff y su 10. Recuerdo un chaval mayor que me puso de portero en un callejón y me pegaba pelotazos. Recuerdo al panadero que traía a casa el pan todos los días y recuerdo a cámara lenta a mi hermana atropellada por un coche. Mario iba todavía en carrito. Clara subió del golpe unos 4 o 5 metros, rebotó en el capó y cayó por el lado de la puerta del copiloto. Durante 5 segundos estuvo muerta, pero de repente llegó a gatas hasta la acera sin apenas un rasguño. Mi madre pagó las consecuencias con un estado de nervios que le hizo perder el pelo a puñados… menos mal que no se quedó calva y pudo recuperar su melena… ah, claro, y menos mal que no le pasó nada a Clara. También recuerdo unas enormes tortugas de tierra en un jardín de unos vecinos de Orihuela que también veraneaban por allí y recuerdo un gitano del que me hice amigo y jugábamos a la petanca en la parcela de su casa. Se pegó un día con la bola de hierro en la cabeza y lloró mucho. Tenían girasoles y comíamos juntos muchas pipas (de girasol por supuesto). Recuerdo pasar una semana entera haciendo un dibujo para mi hermana, era una abuelita que quería regalarle para su cumple, gasté todo el bloc hasta que me quedó como yo quería… el día de su cumple se lo di y nada más verlo lo rompió diciendo que era una mierda, ese día lloré yo. Recuerdo que nos llevábamos regular pero que la quería mucho. Recuerdo el Gran héroe americano, el coche fantástico, el alcón callejero y muchos dibujos animados guays como la cometa blanca y pequeño Rui. También recuerdo en el chalet de mis primos que nos divertíamos mucho. Un día empuje a Clara al fondo de la piscina jugando y enseguida me acordé de que ella no sabía nadar todavía y por eso no salía a flote. Me lancé a salvarla y me bebí media piscina. Ella lloraba, yo tosía.

Recuerdo también Villena. En Villena vivían mis abuelos y mi tío. Allí pasaba buenos momentos. Mi tío tenía juguetes muy guays que yo no tenía en casa y hacíamos muchas cosas. Allí aprendí a montar en bici a base de tortazos. Recuerdo el teléfono de la casa de Villena… había que hablar con la telefonista para que te pusiera con la persona que deseabas hablar. Recuerdo que una chica más mayor venía a verme todos los días. Se llamaba Gloria. Sólo recuerdo su nombre y que vivía cerca y me caía muy bien. Recuerdo el sarampión.

Recuerdo un campamento de verano (no de los scouts) en el que un chaval mayor entró en la tienda por la noche y se acostó a mi lado y empezó a manosearme la pollina. Le pregunté si tenía frío y si quería mi sábana. No dijo palabra y me volvió a meter mano. Me cambié de sitio dentro de la tienda entre los dos amigos más mayores que tenía. Ya no sé si le tocó la pichulina a quien tuviera entonces al lado o si se tocó la suya. Recuerdo que esa noche no dormí.

Recuerdo besos de mis padres y algún guantazo que otro… recuerdo el trapo de cocina de mi madre.

Recuerdo que no me gustaban los besos y que no me gustaba que mi madre me peinara todos los días y me echara colonia en la cabeza. Recuerdo que a mi madre un día, cuando terminó de peinarme, le dio por besarme muy fuerte y yo le di un guantazo. Se fue a la cama llorando y recuerdo que me arrepentí… lo recuerdo aún y me arrepiento todavía. No recuerdo el día en que mi padre me dio una tunda… no sé si porque me dejó inconsciente o era inconsciente.

Recuerdo un elefante de un circo de San Juan al que iba a acariciar cuando mis padres dormían la siesta. Recuerdo unos recreativos y una máquina que me gustaba mucho.

Recuerdo a muchos niños de mi urbanización y jugar a polis y a cacos, a tirarnos piedras, al pollito inglés, a ir haciendo equilibrio por los hierros de las jardineras, a saltar las escaleras de un salto… recuerdo recorrerme todos los bares de los alrededores para que me guardaran las chapas de los botellines para mis equipos de fútbol y de ciclismo de chapas. Recuerdo grabarme las alineaciones de cualquier equipo de fútbol y preparar las chapas. Recuerdo juguetes:

En Orihuela pedí en Navidad un camión lleno de dinero y mis padres me regalaron un camión lleno de monedas de chocolate.

Recuerdo en San Isidro un coche a pedales que era la caña.

Recuerdo las trastadas que hacía con el Quimicefa. Especialmente la bomba fétida.

Recuerdo la caldera de leña y recuerdo el pan de obleas… también recuerdo la teta de Sabrina en Eurovisión.

Recuerdo grandes partidas de canicas en Catral… y muchos nenes viniendo a mi casa a verme…. Para jugar a una consola que tenía mi tío cuando no existían. Recuerdo "el juego del pico" como el mejor juego de todos.

Recuerdo que no había peligro en nada de lo que hiciera y recuerdo haberme hecho daño muy pocas veces aunque me lo hiciera muchas. Me asombra pensar que con 8 años podía ir solo por la calle, que mis padres me lo permitieran y que no hubiera peligro ni con los coches ni con las personas.

Recuerdo muchos sueños. Sueños de monstruos, de guerras, de muerte, recuerdo una voz extraña que me hablaba y me hacía pasarlo realmente mal. También recuerdo algún sueño guay como el de la escuela de volar. Era una sala grande donde nenes superdotados para el vuelo recibíamos las primeras lecciones. Supe entonces que no era yo el único nene con auténticos poderes para el vuelo. Que no era yo tan especial, que existían más como yo. Supe que algún día conocería a esos nenes de verdad y no en sueños. Recuerdo ese sueño como si hubiese visto una película. Todos corriendo por una sala enorme agitando los brazos muy rápido hasta que despegábamos… había chavales que lo hacían sin dificultad. Ese sueño lo tuve varias veces y lo tuve también jugando a polis y cacos para liberar a la gente de la cárcel.

Recuerdo que mi abuelo y mi bisabuela pasaron a mejor vida. Recuerdo a la bisabuela postrada en la cama siempre y a mi abuelo que me quería mucho lanzando caramelos desde su balcón del hospital después de su primera operación de corazón. Recuerdo que ese día mi padre nos enseñó con un globo y una botella de litro de agua a hacer un lanzapelotas.

Recuerdo el día en que le pedí un cigarro a mi padre estando en la playa y me dijo que probara su Ducados... me puse lívido y tosí más que el día de la piscina. Nunca he fumado y siempre me ha molestado el humo.

Y recuerdo, cuando me llevaron al hospital porque me dolía la barriga. Todos los médicos que venían a verme decían que era apendicitis. Un señor le dijo a mis padres, “ahora vendrá la doctora que tiene que decidir si operan al niño o no”. Me acojoné tanto que cuando vino la doctora la barriga dejó de dolerme (o el apéndice dejó de inflamarse). Y este apéndice ya va terminando.

No pensaba que pudiera recordad tanto. Mando recuerdos a todos los que formaron parte de esa etapa y a los que ya no recuerdo.

viernes, 10 de julio de 2009

UN MUNDO ABURRIDO III

Me cambiaron el babi rojo por uno azul marino. Sin cuadros ni rombos. Todo azul. Mi padre que es psicólogo me hacía tests de inteligencia y no se dio cuenta (o sí) que mientras me divertía o ponía cierto interés lo hacía todo bien pero cuando estaba hasta los huevos (me imagino que minihuevillos entonces) empezaba a fallar, a descentrarme, a perder el interés. En aquella época también me enseñó a leer antes que a los demás. Eso de juntar letras y formar palabras era divertido y se me daba bien. En el cole también me enseñaron a hacer lo mismo pero en francés. El caso es que las clases ya no me parecían tan divertidas. Escuchaba a la profesora un rato y, cuando me cansaba de las estupideces que contaba, me ponía a pensar en mis cosas… no me acuerdo qué cosas eran aquellas pero pertenecían al mundo aburrido. En el cole tenían la costumbre de colocar a los alumnos después del primer trimestre en las mesas según sus resultados. Al lado de la mesa del profesor había una mesa para los niños que se quedaban del 1 al 6. En otra iban los alumnos del 7 al 13. Otra era para los alumnos del 14 al 20. Y otra con los peorcillos, del 21 al 28 o así. Después de explicarnos esto, la profesora empezó a decir los nombres por orden de notas decreciente. Me puse rojo, como un tomate rojo no vomitado, cuando dijo que yo era el mejor alumno de la clase y que tenía un 9,87 de media del curso, la mejor nota en todos sus años de docencia (no debían de ser pocos). Creía que se cachondeaba de mí pero me apremió para que me sentara en el lugar que me correspondía. Todavía conservo el cuaderno de escolaridad. La maestra, Mme Cazorla, una señora igual de gorda que simpática, llamó a mis padres para hablar con ellos. Preocupada, le preguntó a mi madre si yo estudiaba mucho en casa porque en clase no hacía nada y siempre estaba despistado. Mi madre le dijo que yo en casa no hacía casi nada. Que hacía los deberes en un momento y me iba al jardín de la comunidad de propietarios a jugar, más tarde subía a por el bocata y volvía a seguir jugando. La conversación no tuvo consecuencias. Yo seguí igual. Sin atender demasiado en clase y estudiando poco o nada en casa. Eso sí, en los siguientes trimestres ya no fui el primero de la clase. Creo que el 4º y luego el 6º. La nota media no bajó de 9 pero, en los cursos siguientes, la cosa fue empeorando poco a poco, proporcionalmente al aburrimiento. Esta dinámica ya nunca la he podido abandonar. En 5º nos hicieron unos tests de matemáticas de niveles superiores y recuerdo que 3 alumnos fueron mejores que yo. Sólo aprobamos nosotros. Estaban todos muy orgullosos. A mí me daba igual. A muy pocas cosas de las que hacía le encontraba sentido o le daba importancia. Y esto se iba a acentuar un día bastante más.

ABURRIDAS PERIPECIAS DE LUISO III

SONÁMBULOS.

Durante un tiempo pensaba que eran invenciones y bromas de mis padres. Mi padre muy dado a ellas. Mme Cazorla decía que siempre estaba en mi planeta y tenía razón. Un planeta en formación.

Mis padres cuentan que, durante un tiempo, me levantaba a medianoche para ir a orinar. En aquella época Mario dormía a mi lado en aquellas camas plegables que bajaban desde un armario empotrado de madera muy grande. El dormía más cerca de la puerta, más cerca del cuarto de mis padres. Yo más cerca de la ventana… más cerca de la calle.

Ocurrió 4 veces. 4 veces que mis padres recuerden. Me levantaba con los ojos cerrados, dormido, y me dirigía al aseo a cambiarle el agua a mi pajarito. En aquella época teníamos una mecedora pequeña de mimbre que siempre estaba por en medio y que era la culpable de todos mis males. El caso es que yo tenía en mis sueños el mapa mental de la casa y, al tropezar con la mecedora, mi GPS se desorientaba y podía acabar meando en cualquier lugar del apartamento. La primera vez me sorprendieron en la cocina y me llevaron a la cama de nuevo. No fue hasta el día siguiente cuando descubrieron que había orinado en el cajón de los cubiertos. Había confundido el cajón con la tapa del inodoro. Al principio mi madre no supo qué era el líquido aquel pero, al olerlo, relacionó mi extraña excursión nocturna con el misterio de los cubiertos meados.

La segunda vez fui a parar al cuarto de Clara. Me coloqué a horcajadas en una silla de aluminio que ella tenía, y me saqué la chorra. Mis padres aparecieron y me preguntaron qué hacía. Cuentan que, siempre dormido, les contesté mientras salpicaba el suelo, un mueble y un poco mis pies descalzos, que estaba montando a caballo.

Un día salí en calzoncillos al pasillo que lleva al ascensor. Menos mal (o ¡qué pena!) que no había ninguno de los 4 vecinos. La última que me contaron fue un fin de semana que mi primo Raúl de Catral se quedó a dormir en casa. Ese día, por el capricho de la mecedora, acabé con la churra apuntando directamente a su cara. El dormía y no se enteró de nada… no se imaginaba ni en sueños lo que estaba apunto de sucederle… Pero ocurrió un milagro. Mi madre apareció y dijo: “¡Luisete! ¡que vas a mear al primo Raúl!”. Cuenta mi madre que Raúl, también dormido, respondió. “Ostias, no me jodas primo” y simplemente se giró un poco en la cama. Mi madre me acompañó hasta el cuarto de baño y me devolvió a la cama. Nunca me creí ninguna de estas historias hasta el día en que mi hermana empezó a ser sonámbula también y, una noche, me la cruce dormida por el pasillo diciendo extrañas frases sin sentido y sin coherencia entre ellas (ese día yo estaba despierto). El sonambulismo de Mario llegó muchos años más tarde… era un sonámbulo mucho más moderado, un sonambulismo que afectaba sólo a su mano y a su dedo índice, un sonambulismo que todavía no ha sido estudiado. Se pasaba todo el día y toda la noche en el ordenador del cyber y, aunque no se movía de la cama, cuando dormía si le decías que la comida estaba ya en la mesa, su mano misteriosamente se erguía y su dedo índice se movía a la velocidad de un buen tiroteo de Counter Strike. Eso está grabado, una pena que todo lo demás no. Y una pena que a mi primo no le chorreara entero porque, aunque me cae muy bien, seguramente hubiese sido una experiencia maravillosa para los dos.

LOS MUNDOS DE LUIS III

No he tenido que esperar demasiado para sentirme inspirado de nuevo. Me he despertado otra vez temprano. Esta vez ni cagadas acuosas ni madrugadoras pajillas. Me he ido a duchar, he abierto el cajón de los calcetines y calzoncillos y ¡sorpesa! Ni un calcetín del mismo par, ni un calzoncillo de ningún tipo en el dichoso cajón. Esto me pasa a menudo, así que he dudado entre darle la vuelta al calzoncillo con el que había dormido, o ponerme un pantalón de deporte en vez de un calzoncillo. He abierto el cajón de los pantalones de deporte y ¡sorpresa! No había pantalones de deporte. Bueno, sólo quedaba una opción. Estaba decidido. Hoy haría el guarrete con los calzoncillos. Lo de los calcetines tenía una solución menos traumática. Podía elegir entre o bien ponerme calcetines negros agujereados con zapatillas de deporte o bien escoger calcetines blancos de distintos tonos con dibujos diferentes. He ido alternando una solución y otra últimamente y, hoy, me he decidido por unos calcetines blancos diferentes que, con los lavados, se han ido quedando grises y, más o menos, se parecen. Ambos agujereados claro, pero poco.

Uf. Solucionado lo de la ropa interior. Pondré la lavadora antes de salir de casa y así mañana no habrá problemas. Voy a ver qué camiseta me pongo. ¡Sorpresa! No hay camisetas que no estén arrugadas. Buf. Sí que empieza mal el día. ¡Cagoentó! Olisqueo la camiseta que me puse el día anterior y le doy mi beneplácito. Un poco de desodorante hará que pase el olor de la barbacoa de la noche de San Juan, más o menos, desaparcibido. Bueno, ya falta menos, sólo un pantalón. Un pantalón y ya podré ducharme y largarme al trabajo. ¡Sorpresa! No me quedan pantalones cortos de vestir… hace demasiado calor para ponerse pantalones largos y, al trabajo, no puedo ir con pantalones de deporte… ¿no puedo? ¡A tomar por culo! ¡Claro que puedo! Los pantalones de vestir cortos los dejé hechos un boñigo en el suelo debajo de la cama (sí, en aquel sitio donde la escoba no alcanza). Decido que hoy mis compañeros de trabajo me verán “en tenue sport”. Cabizbajo, y pensando que tengo que cambiar muchas cosas de mi vida para que esta situación no se repita tan a menudo, me dirijo a la ducha. Me despeloto ante el espejo, me digo gordo dos o tres veces y me meto en la ducha. Abro el grifo de la ducha y ¡sorpresa! ¡Han cortado el agua! Salgo de la ducha y me vuelvo a mirar al espejo. Me vuelvo a mirar y me sigo viendo gordo, sucio, despeinado. Luego fijo mi mirada en la ropa que me voy a poner sin ducharme. Me miro de nuevo en el espejo del baño y me digo: “Tú no cambies chaval que eres un crack”. Me descojono, me visto y me voy a trabajar. Al día siguiente tendría otra ¡sorpresa! Se me había olvidado poner la lavadora…