viernes, 10 de julio de 2009

UN MUNDO ABURRIDO III

Me cambiaron el babi rojo por uno azul marino. Sin cuadros ni rombos. Todo azul. Mi padre que es psicólogo me hacía tests de inteligencia y no se dio cuenta (o sí) que mientras me divertía o ponía cierto interés lo hacía todo bien pero cuando estaba hasta los huevos (me imagino que minihuevillos entonces) empezaba a fallar, a descentrarme, a perder el interés. En aquella época también me enseñó a leer antes que a los demás. Eso de juntar letras y formar palabras era divertido y se me daba bien. En el cole también me enseñaron a hacer lo mismo pero en francés. El caso es que las clases ya no me parecían tan divertidas. Escuchaba a la profesora un rato y, cuando me cansaba de las estupideces que contaba, me ponía a pensar en mis cosas… no me acuerdo qué cosas eran aquellas pero pertenecían al mundo aburrido. En el cole tenían la costumbre de colocar a los alumnos después del primer trimestre en las mesas según sus resultados. Al lado de la mesa del profesor había una mesa para los niños que se quedaban del 1 al 6. En otra iban los alumnos del 7 al 13. Otra era para los alumnos del 14 al 20. Y otra con los peorcillos, del 21 al 28 o así. Después de explicarnos esto, la profesora empezó a decir los nombres por orden de notas decreciente. Me puse rojo, como un tomate rojo no vomitado, cuando dijo que yo era el mejor alumno de la clase y que tenía un 9,87 de media del curso, la mejor nota en todos sus años de docencia (no debían de ser pocos). Creía que se cachondeaba de mí pero me apremió para que me sentara en el lugar que me correspondía. Todavía conservo el cuaderno de escolaridad. La maestra, Mme Cazorla, una señora igual de gorda que simpática, llamó a mis padres para hablar con ellos. Preocupada, le preguntó a mi madre si yo estudiaba mucho en casa porque en clase no hacía nada y siempre estaba despistado. Mi madre le dijo que yo en casa no hacía casi nada. Que hacía los deberes en un momento y me iba al jardín de la comunidad de propietarios a jugar, más tarde subía a por el bocata y volvía a seguir jugando. La conversación no tuvo consecuencias. Yo seguí igual. Sin atender demasiado en clase y estudiando poco o nada en casa. Eso sí, en los siguientes trimestres ya no fui el primero de la clase. Creo que el 4º y luego el 6º. La nota media no bajó de 9 pero, en los cursos siguientes, la cosa fue empeorando poco a poco, proporcionalmente al aburrimiento. Esta dinámica ya nunca la he podido abandonar. En 5º nos hicieron unos tests de matemáticas de niveles superiores y recuerdo que 3 alumnos fueron mejores que yo. Sólo aprobamos nosotros. Estaban todos muy orgullosos. A mí me daba igual. A muy pocas cosas de las que hacía le encontraba sentido o le daba importancia. Y esto se iba a acentuar un día bastante más.

3 comentarios:

  1. La verdad es que se me hace siempre muy difícil el comentar algo de tus episodios vividos, tanto los actuales como los pasados.... Eso sí, de lo que nunca tengo duda es de que son originalmente tuyos y verdaderos :D

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  2. Me resulta interesante lo que cuentas... eras o eres superdotado? te lo pregunto pq la situación que describes es la de un niño de ese tipo. Por cierto, que me ha gustado tu blog. Te invito a participar tambien en el mio.
    Un saludo.
    www.unnuevosiglo.blogspot.com

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  3. SESITAR, tal vez me puedas echar un día una mano con los episodios futuros y te sientas más inspirado.
    José María, ¡cuánto tiempo! Ande paras? Sí, creo que fui superdotado y que consiguieron que no lo fuera finalmente. De lo cual me alegro, porque una de las cosas que más me gustan de mí mismo, es lo tonto que he llegado a ser... aunque a veces atisbo resquicios de inteligencia.

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