SONÁMBULOS.
Durante un tiempo pensaba que eran invenciones y bromas de mis padres. Mi padre muy dado a ellas. Mme Cazorla decía que siempre estaba en mi planeta y tenía razón. Un planeta en formación.
Mis padres cuentan que, durante un tiempo, me levantaba a medianoche para ir a orinar. En aquella época Mario dormía a mi lado en aquellas camas plegables que bajaban desde un armario empotrado de madera muy grande. El dormía más cerca de la puerta, más cerca del cuarto de mis padres. Yo más cerca de la ventana… más cerca de la calle.
Ocurrió 4 veces. 4 veces que mis padres recuerden. Me levantaba con los ojos cerrados, dormido, y me dirigía al aseo a cambiarle el agua a mi pajarito. En aquella época teníamos una mecedora pequeña de mimbre que siempre estaba por en medio y que era la culpable de todos mis males. El caso es que yo tenía en mis sueños el mapa mental de la casa y, al tropezar con la mecedora, mi GPS se desorientaba y podía acabar meando en cualquier lugar del apartamento. La primera vez me sorprendieron en la cocina y me llevaron a la cama de nuevo. No fue hasta el día siguiente cuando descubrieron que había orinado en el cajón de los cubiertos. Había confundido el cajón con la tapa del inodoro. Al principio mi madre no supo qué era el líquido aquel pero, al olerlo, relacionó mi extraña excursión nocturna con el misterio de los cubiertos meados.
La segunda vez fui a parar al cuarto de Clara. Me coloqué a horcajadas en una silla de aluminio que ella tenía, y me saqué la chorra. Mis padres aparecieron y me preguntaron qué hacía. Cuentan que, siempre dormido, les contesté mientras salpicaba el suelo, un mueble y un poco mis pies descalzos, que estaba montando a caballo.
Un día salí en calzoncillos al pasillo que lleva al ascensor. Menos mal (o ¡qué pena!) que no había ninguno de los 4 vecinos. La última que me contaron fue un fin de semana que mi primo Raúl de Catral se quedó a dormir en casa. Ese día, por el capricho de la mecedora, acabé con la churra apuntando directamente a su cara. El dormía y no se enteró de nada… no se imaginaba ni en sueños lo que estaba apunto de sucederle… Pero ocurrió un milagro. Mi madre apareció y dijo: “¡Luisete! ¡que vas a mear al primo Raúl!”. Cuenta mi madre que Raúl, también dormido, respondió. “Ostias, no me jodas primo” y simplemente se giró un poco en la cama. Mi madre me acompañó hasta el cuarto de baño y me devolvió a la cama. Nunca me creí ninguna de estas historias hasta el día en que mi hermana empezó a ser sonámbula también y, una noche, me la cruce dormida por el pasillo diciendo extrañas frases sin sentido y sin coherencia entre ellas (ese día yo estaba despierto). El sonambulismo de Mario llegó muchos años más tarde… era un sonámbulo mucho más moderado, un sonambulismo que afectaba sólo a su mano y a su dedo índice, un sonambulismo que todavía no ha sido estudiado. Se pasaba todo el día y toda la noche en el ordenador del cyber y, aunque no se movía de la cama, cuando dormía si le decías que la comida estaba ya en la mesa, su mano misteriosamente se erguía y su dedo índice se movía a la velocidad de un buen tiroteo de Counter Strike. Eso está grabado, una pena que todo lo demás no. Y una pena que a mi primo no le chorreara entero porque, aunque me cae muy bien, seguramente hubiese sido una experiencia maravillosa para los dos.
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